Esta semana nuestra inteligencia ha sido
agredida brutalmente por una campaña de publicidad de Mango que promociona una
nueva línea de moda para tallas grandes. Bueno, “grandes” es un decir ya que
las tallas van de la 40 a la 52.
Esta campaña ha formado un gran y
justificado revuelo en las redes sociales entre los que tienen dos dedos de
frente y se indignan ante esta imposición de patrón de delgadez y de “homologación”
de la belleza.
Ahora bien, no he podido dejar de
observar como esta oleada de indignación carece de la profundidad necesaria en
un tema tan serio como el que tenemos entre manos. El “yo tengo más de una 40 y
no me considero gorda” o el “estáis acomplejando a la gente con vuestra campaña”
olvidan que esta campaña no es una cuestión personal de cada uno, es un síntoma
de que esta sociedad está enferma.
Y es que el problema de Mango no es sólo
su concepción de la belleza, es su concepción del trabajador en general y de la
mujer en particular. Y esta visión está compartida por la mayoría de grandes
empresas del mundo: las mujeres sois inferiores. Sois inferiores a unos hombres
que ya de por sí son inferiores a otros hombres de clase social superior.
¿Estoy exagerando? Veamos…
Ya que os preocupa tanto Mango vamos a
utilizar su ejemplo. Su modelo de empresa se basa en el bajo coste y la rapidez
de su producción y la flexibilidad que tiene a la hora de adaptarse a las
demandas del mercado. ¿Y esto cómo lo hace? Subcontratando mano de obra
semiesclava en países en vías de desarrollo. ¿Os acordáis de aquel taller en
Bangladesh que se derrumbó con sus trabajadores dentro? ¡Bingo! Es de uno de
los proveedores de Mango.
Lo sorprendente de todo esto es que no
tengáis las manos en la cabeza los 365 días del año y sólo os las echéis cuando
un día descubrís que Mango os considera gordas a partir de la talla 40. Pero
vamos a ver: si su manera de producir lo que venden es inmoral, ¡cómo no lo van
a ser sus campañas de publicidad!
¡Éste es el gran problema de esta
sociedad! No habéis descubierto que Mango es inmoral hasta que no os han
llamado gordas por toda la cara. Hasta que no os ha afectado a vosotras
directamente no os habéis dado ni cuenta de lo que pasaba. Y esto nos pasa por
ser unos posmodernos carentes de valores. El “yo” “mi” “me” “conmigo” nos
atrapa siempre en la inmediatez y nos impide ver el trasfondo que hay detrás de
la mayor parte de cosas que nos rodean. Nos conformamos con reaccionar ante una
campaña de publicidad insultante y nos contentamos con su retirada cuando el
problema es mucho peor: el sistema os considera inferiores.
¿Inferiores? ¡Si tenemos los mismos
derechos!
Sí, pero no… El sistema capitalista
considera que las personas debemos ser equiparables a las máquinas. Somos un
factor más en la producción. Máquinas y hombres servimos para producir y
enriquecer a los propietarios. El problema es que la mujer hace cosas que la
máquina no hace: ser madre (con todas sus consecuencias). Esto convierte a la
mujer en inferior a ojos del sistema ya que considera que su recorrido vital es
inestable. Por eso el mercado de trabajo os discrimina y sufrís más el paro y
cobráis de media un 16% menos que los hombres.
Pero ojo, que esto no acaba aquí. El
capitalismo siempre intenta sacar el máximo rédito de cada factor de
producción. Por eso tiene preparado un papel añadido a la mujer para compensar
su supuesta ineficiencia: os convierten en un objeto de deseo y os pone a la
venta. Y claro, como la belleza es subjetiva y sería difícil vender miles de
unidades diferentes de productos diferentes trata de simplificar la belleza al
máximo y crear estereotipos. Estos estereotipos parten de estándares totalmente
arbitrarios pero que se amoldan a las necesidades de los productores.
Por todo esto Mango os ha llamado
gordas.
Manel Clavijo Losada
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