dimecres, 29 de juny del 2011

¿Por qué no hubo debate del Estado de la Nación?


Retomo este abandonado blog después de una intensa precampaña y campaña electoral para las municipales. Lo bueno de no tener prácticamente lectores es que éstos no te reclaman entradas nuevas ni opiniones para temas diversos y, en muchos casos, desconocidos para alguien como yo.

Afortunadamente, el hecho de no escribir aquí no implica que no haya literatura de mi puño y letra pululando por ahí. Ha sido justo lo contrario, he tenido la suerte de poder contribuir a la redacción de dos programas electorales: uno para la Federación del Baix Llobregat y otro para mi Agrupación de la Joventut Socialista de Catalunya. Como único apunte al respecto (y para que no parezca que me doy autobombo) sólo decir que ambos programas siguieron la tónica general y fueron superiores en propuestas a los del partido. Esto es un hecho que suele pasar en todas las formaciones políticas, somos los jóvenes los que tenemos ideas frescas para aportar y manos libres para plasmarlas.

Después de esta obligada (que no relevante) introducción entro al trapo con el tema principal de hoy: el debate sobre el estado de la nación (entendiendo nación como una licencia literaria comúnmente aceptada para evitar la redundancia de la expresión que sería más adecuada “debate sobre el estado del estado”).

No quiero aburrir vertiendo opiniones a granel como sería típico y como hemos ido viendo y oyendo en estos últimos dos días. Mi opinión sobre el debate es que no existió. En estos dos últimos días no ha habido debate, tan sólo una concatenación de mítines electorales donde no ha habido análisis de la situación ni diferentes propuestas de salida a la crisis (como sería de esperar).

La pregunta clave, a mi modo de ver las cosas, es: ¿por qué no hubo debate?

La respuesta, como no, debe buscarse en los clásicos (por relevancia más que por antigüedad) y deben adaptarlo a cada situación los tipos con tiempo libre para hacerlo.

En este caso, el autor clásico es Habermas y el tipo con tiempo libre soy yo, como no podría ser de otra manera.

Según este autor existen varios requisitos para que pueda existir el diálogo en política. Sin éstos, hay una quiebra (más moral que material) en un sistema como el democrático que, en teoría, se basa precisamente en aquello que no hemos visto en los últimos dos días en el Congreso.

El primer requisito para el diálogo es la llamada totalidad. Ésta se basa en tratar como iguales a todos aquellos que tengan algo que decir, alguna idea que aportar. En el Congreso no se produce este hecho puesto que directamente no hay ideas a debatir. ¿Cuántas veces se han visto respuestas preparadas y escritas a ordenador cuando aún no se habían formulado las argumentaciones a las que se pretendía rebatir? En nuestro Congreso no se trata por igual a los que tienen ideas puesto que nuestro poder legislativo tiene tanta actividad ideológica como el mostrador de la oficina de Correos. De hecho, tiene una actividad muy parecida, certificar, acreditar y hacer llegar aquellas decisiones que se han tomado desde muy lejos del hemiciclo. Lo que podemos ver por la televisión es un diálogo de besugos entre gallinas sordas que cacarean sin saber que el resto no las escuchan. Cabe decir también al respecto que cada gallina, además, tiene un tiempo tasado en función de los huevos que fue capaz de incubar en las últimas elecciones.

El segundo requisito es la autonomía. Al oponente hay que dejar que se exprese sin censura. Si no hay censura debe haber respeto y tolerancia, que a su vez llevan al silencio para escuchar lo que el asesor de turno le ha puesto por escrito al orador X. Pedir silencio en un gallinero es de locos y sólo se le puede ocurrir al Presidente del Congreso (cuyas funciones son algo más complejas que las de mantener el orden en la Cámara Baja).

El tercer requisito es la empatía. ¡Ay¡ La empatía… Es lo que faltó el primer día de debate a todo aquél que abandonó el hemiciclo para no volver jamás justo cuando empezó a hacer uso de su turno el diputado Duran i Lleida. Es comprensible que un diputado tenga necesidades profesionales y biológicas pero éstas deberían ser puntuales y mejor organizadas. La imagen que dan es de una prepotencia bipartidista que recuerda a la época de la Restauración.

El cuarto requisito es la neutralización del poder. No se puede hacer política con quienes imponen por la fuerza sus planteamientos. La mayor parte de las reformas que está llevando a cabo el Gobierno de José Luís Rodríguez Zapatero están impuestas a la fuerza y bajo coacción de organismos internacionales. Éstos están más interesados en mantener el tinglado que les legitima en su puesto que en valorar lo más conveniente para cada caso concreto. A todo esto la oposición mira el desgaste del Gobierno como mira una gallina a otra herida justo antes de empezar a picarle la hemorragia hasta acabar con su vida.

El quinto y último requisito es la transparencia. Los partidos políticos no deben esconder sus verdaderas intenciones. Lo hizo el PSOE al ocultar y negar la crisis, lo hizo CiU al congelar el anuncio de recortes hasta pasadas las elecciones municipales y lo está haciendo el PP al ocultar sus planes neoliberales. No es que no se quieran tomar medidas impopulares, es que no se quieren anunciar. Esto es fruto de la falta de alternativas propia de unos partidos que no dialogan, no debaten, tan sólo son una factoría de huevos legislativos que se combinan en nuestros menús domésticos sin una alternativa aparente.

En España falta diálogo porque faltan verdaderos demócratas. Y sí, por si alguien lo dudaba: yo también soy un indignado.


Manel Clavijo Losada