dilluns, 11 de març del 2013

Cuando la dictablanda resultó más justa que la democradura



Se denomina dictablanda al régimen autoritario que, si bien no respeta los estándares mínimos de pluralidad política e informativa, no fundamenta su estabilidad en una represión sistemática ni en una persecución de la oposición. El límite de las actuaciones del gobierno los establece la voluntad del mismo, no la ley (que no deja de ser en estos casos sólo una puesta en escena). Hay dos posibles razones por las cuales un régimen así se sustenta: o bien se trata de algo transitorio hacia la democracia o bien el apoyo de una gran mayoría del pueblo hace innecesaria y contraproducente una represión a gran escala. Se parte de la idea de la inexistencia de separación de poderes aunque se intenta disimular este hecho.

Se denomina democradura al régimen formalmente asimilable a una democracia convencional pero cuyo gobierno usa de manera despótica todos los resortes legales que le otorga el sistema. Pone a prueba y fuerza los límites de la legalidad así como de los derechos humanos y de los derechos sociales. El límite lo impone una Constitución que requiere una mayoría inalcanzable para el gobierno que pretende violarla. En esta situación de crisis institucional, donde la Constitución pasa de ser una garantía del poder institucional a un corsé contra las políticas anheladas por el gobierno, es cuando aparecen los disturbios, el estallido social… Algunas veces la respuesta a esta situación es el paso de una democracia a una democradura, otras, en cambio, es la causa. Se parte de la idea de la existencia de la separación de poderes aunque se intenta redefinir su efectividad.

El primer caso correspondería a Venezuela (sobre todo al período del boicot de la oposición al gobierno de Chávez) donde la pluralidad política desapareció y el monopolio de los medios de comunicación privados por parte de la oligarquía se contrarrestó con un uso equivalente de los medios de comunicación públicos por parte del gobierno. Un contexto en el que la Constitución era sólo una puesta en escena ya que las grandes reformas se podían llevar a cabo al tener la totalidad del gran teatro del Poder Legislativo controlado.

El segundo caso correspondería a España, gobernada por un ejecutivo dispuesto a desmantelar los servicios públicos e invalidar los derechos sociales. Se actúa de manera despótica pasando el rodillo de la mayoría absoluta en el Poder Legislativo. Puesto que dicho rodillo no aplaca los sentimientos y necesidades de una sociedad en crisis se usa la porra como herramienta de paz social. Los derechos se ven violados hasta el límite de lo constitucional y ciertas decisiones gubernamentales empiezan a ser llevadas a tribunales internacionales.

En el primer caso, la dictablanda de Chávez redujo la pobreza en casi un 50%, la inflación en un 10% y todo manteniendo una deuda pública del 51% y un déficit público del 7’4%. El beneficio obtenido de la explotación del petróleo se usó en beneficio de los más necesitados.

En el segundo caso, la democradura de Rajoy, en plena crisis y sin posibilidad ni voluntad de tomar las riendas de la economía, siguió ascendiendo el paro a 6 millones, la pobreza potencial escaló hasta afectar a un tercio de la población, el PIB bajó un 1’6% y, aún con unos recortes superiores a los 40.000 millones de euros, el déficit público se situó en torno al 7% y la deuda pública en torno al 76%.

No pretendo halagar, condenar o comparar injustamente dos modelos de practicar la política. Mi objetivo es que se analice cada caso en su contexto y que, antes de practicar el noble arte ibérico de impartir juicios de valor a escala internacional, aprendamos a impartirlos a escala nacional.

Y, ante todo, socialismo y democracia.

Manel Clavijo Losada 

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